
Tú que pasas y levantas
contra mí tu brazo,
que inconsciente, me zarandeas
antes de hacerme daño.
Mírame bien.

Yo soy el armazón de tu cuna,
la madera tu barca,
la tabla de tu mesa,
la puerta de tu casa,
la viga que sostiene tu techo,
la cama en que descansas.
Yo soy el mango de tu herramienta,
el bastón de tu vejez,
el mástil de tus ilusiones y esperanzas.

Yo soy el fruto que te nutre
y calma tu sed.
La sombra bienhechora que te cobija
contra los ardores del sol.
El refugio bondadoso de los pájaros
que alegran con su canto las horas
y que limpian de insectos los campos.

Yo soy la hermosura del paisaje,
el encanto de la huerta,
la señal de la montaña,
el lindero del camino.
Yo soy el calor de tu hogar
en las noches largas y frías del invierno,
el perfume que embalsama a todas horas
el aire que respiras,
el oxígeno que vivifica la sangre,

la salud de tu cuerpo
y la alegría de tu alma.
Y en el fin,
yo soy el ataúd
que te acompaña al seno de la tierra.
Por todo eso,
tú que me miras,
tú que me plantaste con tus manos,
tú que me diste el ser…
Óyeme bien, mírame bien,
y no me hagas daño.
